-dijo un soldado al pie de una ventana-,
me voy mi bien, pero no llores, ángel mío,
que volveré mañana.
Y a se asoman las luces de la aurora,
ya se divisa por el Oriente el alba,
y en el cuartel tambores y cornetas
están tocando diana.
Horas después, cuando la negra noche
cubrió de luto el campo de batalla,
a la luz de un vivac, pálido y triste
un joven expiraba.
Alguna cosa de ella, al centinela
que lo miraba morir, dijo en voz baja,
que alzó triste el fusil, bajó los ojos
y se enjugó una lágrima.
Hoy cuenta por doquier gente medrosa,
que cuando asoma en el Oriente el alba
y en el cuartel tambores y cornetas
están tocando diana,
se ve vagar la misteriosa sombra
que se detiene al pie de la ventana
y murmura: -No llores, ángel mío,
que volveré mañana.
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