14 nov 2010

Ahogate en mi sangre

Por fin, después de una larga y densa ausencia vuelvo a este mi rincón de variedad trayendo conmigo todas aquellas promesas que antaño escribiera. Para empezar mis aportaciones nocturnas dejo con ustedes:


El buitre

Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya me había destrozado los zapatos y los calcetines, y ahora ya me picoteaba los pies. Siempre me daba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego continuaba su obra. Llegó un señor, se quedó mirando un momento y me preguntó por qué aguantaba yo al buitre.
-Estoy desamparado -le dije-; llegó y comenzó a darme picotazos; yo traté de espantarlo y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy salvajes y quería írseme a la cara. Decidí sacrificar mis pies; ahora casi me los ha destrozado.
-No se deje sacrificar -dijo el señor-; un tiro y el buitre se terminó.
-¿Cree usted? -pregunté-, ¿Quiere ayudarme en este trance?
-Con mucho gusto -dijo el señor-; sólo basta con que yo vaya a casa a buscar el fusil, ¿Podría usted aguantar media hora más?
-No lo sé -respondí, y por un momento quedé rígido de dolor; luego añadí-: por favor, inténtelo de todas maneras.
-Bien -dijo el señor-, voy a apurarme.
El buitre había escuchado con calma nuestro diálogo, mirándonos al señor y a mí. De repente me di cuenta de que había entendido todo; voló un poco, retrocedió para darse el impulso necesario, y como un atleta que arroja la jabalina ensartó el pico en mi boca, hasta el fondo. Al irme de espaldas sentí como que me liberaban; que en mi sangre, que llenaba todas las profundidades y que rebasaba todos los límites, el buitre, inexorable, se ahogaría.

Franz Kafka

(La metamorfosis, Época, México, 1978, págs. 106-107.)

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